Elegir no elegir es también elegir
Sorepaye Reznik Klein
El hombre a través del tiempo se ha hecho preguntas tales como: ¿por qué existo? ¿Cuál es el para qué de mi existencia? El hombre de todos los tiempos siempre ha sentido una angustia existencial. ¿Vivir?: ¿Cómo? ¿Qué me pide la vida? ¿Qué le puedo dar a la vida?
El hombre obsesionado por el éxito en la esfera material tiende a perder la brújula que lo orienta al sentido. El hombre en este modo busca tener, atesorar bienes, mostrar sus bienes como medio para que el otro lo reconozca como exitoso, alimentando así su narcisismo y su ilusión de ser a través del tener.
Aparentar algo que no soy, buscando como ideal ser eso que aparento, dando origen a un self falso, uno que está ávido de la mirada del otro que, por un momento, permite integrar las partes fragmentadas de la personalidad.
Actualmente lo vemos en las redes sociales, donde las personas se auto-fotografían, con el propósito de que sus contactos los vean. Una de las consecuencias de esta auto-exposición deliberada es la gran cantidad de individuos que recurren a la cirugía estética pretendiendo el ideal estético de sí mismos. Ideal por cierto inalcanzable; digamos que a pesar de cirugías recurrentes, la insatisfacción prevalece.
Esta búsqueda de perfección es a la vez de una cierta uniformidad respecto a un modelo reconocido. Vemos, por ejemplo, programas televisivos, digamos noticieros, en los que las personas que trabajan allí tienen por lo general el mismo tipo de peinado, vestimenta, maquillaje. La no diferenciación es una constante, de manera que cuando alguien se presenta como diferente suscita un rechazo a causa de ser ajeno y convirtiéndose casi en ominoso.
El hombre deja de ejercer su capacidad de ser creativo, de dar curso a otros intereses; cayendo así en un vacío existencial, el cual pretende llenar intercambiando el modo del ser por el de tener. Acepta someterse y auto-explotándose a fin de cumplir con los requisitos que la sociedad le señala como indispensables para ser aceptado y reconocido.
Así, el hombre va a caer dentro de un doble proceso, primero de simulación, en el que busca aparentar ser lo que no es, o tener lo que no posee; y también de disimulación, en donde pretende no tener o no ser lo que tiene o no es. Todo ello con el objetivo de conservar la mirada del otro.
Es por ello que Byung-Chul Han sostiene: “frente al enemigo exterior se pueden buscar anticuerpos, pero no cabe el uso de anticuerpos contra nosotros mismos”1.
Con estas palabras Byung-Chul Han hace referencia a que el hombre moderno termina exigiéndose cada vez más a sí mismo, provocándose enfermedades tales como depresión, anorexia, cáncer, fatiga crónica, fibromalgía y otros padecimientos de tipo psicosomático.
El origen de estos males puede encontrarse en el hecho de que el hombre que sólo se ve a sí mismo no puede amar a otro y ante esta deficiencia sucumbe. El amor entonces se eleva a la categoría de curación del hombre ya que puede salvarlo. Entender el amor como entrega consciente a otro, ver en este otro lo que es y lo que puede llegar a ser; esto implica amar desde lo autentico del self.
La falta de relación con el otro desvitaliza al ser: sabemos de más de un millón de personas que ponen fin a sus vidas cada año. La falta de amor y la soledad generan desesperación, y con ello, también el cansancio y el hartazgo.
Por el psicoanálisis sabemos que la relación más primaria del ser es con la madre. El bebé busca su mirada y su amor, que son los ingredientes indispensables para integrar su ser. Cuando esto no se da, las consecuencias son muy graves para el bebé. Si la madre no le puede dar el sostenimiento emocional adecuado y no es capaz de comprender lo que su hijo requiere, la criatura llega a sufrir un daño enorme en su psique.
La falta de relación con el otro viene a producir un estado de crisis, la sociedad intenta suplir esta carencia a través de nueva y más avanzada tecnología de presencia de un otro virtual. Adicionalmente, el hombre se consume en la lucha contra una cada vez más voraz competencia, so pena de engrosar las filas del desempleo. A sus intentos de reafirmar su individualidad, se enfrenta con la necesidad de Elegir que ser, cómo ser? Dónde están esos valores que dan sentido y que dejan en su lugar una crisis de confianza y un estado de depresión por falta de equilibrio entre lo emocional, laboral y familiar.
Aparece la apatía en cuanto a las relaciones humanas se refiere, las parejas ya sean heterosexuales o homosexuales conviven también de manera utilitaria, considerando al dinero como el gran Otro, buscando la abundancia, el placer, amarse a sí mismo, consumir lo útil pero también lo inútil, gran atención a las necesidades propias olvidándose del otro. El egoísmo se impone como un estilo de vida. La necesidad de exhibir cuerpos bellos para ser admirados, digamos, el culto al narcisismo, perdiendo la capacidad de ser expresivo y auténtico revelándose así un profundo dolor.
En el libro El equilibrio entre lo estético y lo ético en la formación de la personalidad, que forma parte de la obra O lo uno o lo otro. Un fragmento de vida II, Kierkegaard aborda temas muy interesantes, la mayoría de los cuales relacionados con el acto libre de elegir y su importancia en el desarrollo del individuo. La relevancia de este tema es tal, que el autor considera que “La elección misma es decisiva para el contenido de la personalidad; ésta, al elegir, se sumerge en lo elegido, y si no elige, se atrofia y se consume”2.
Así vemos que se elige de acuerdo a lo que uno es, a lo que uno quisiera ser, a lo que en algún momento ese ser fue, se podría decir a lo inconsciente que busca la expresión de la pulsión, de lo reprimido originario, de eso que el hombre no puede dar cuenta pues, desde esta perspectiva, se hace evidente que es a través de la vida diaria que el hombre tiene la capacidad de elegir, lo que va construyendo lo que es o lo que será es decir su personalidad. Lo anterior implica que la elección trasciende la fugacidad del momento en el que ésta se lleva a cabo, de manera tal que lo elegido pasa a formar parte del ser del individuo. Entonces, con estas consideraciones, ya no resulta adecuado decir que “elegimos de acuerdo a lo que somos”, sino que, más bien, “somos de acuerdo a lo que elegimos”, o tal vez sea más correcto afirmar que, “estamos siendo de acuerdo a lo que estamos eligiendo” ya que, sólo en el hombre, vida y elección son dos conceptos inseparables. El hombre en este devenir siempre esta siendo, pasado, presente y futuro.
Al respecto, Kierkegaard advierte en contra de la tentación de evadir el acto de elegir, puesto que, aun en ese caso, el individuo finalmente lo que está haciendo es “elegir no elegir” lo cual tiene como consecuencia que su personalidad no sólo no se desarrolle, sino que tienda a debilitarse. Esto obedece a que el indeciso, lo que hace en realidad, es dejar abierta la posibilidad para que otros decidan por él, con lo que, si bien evita el esfuerzo que implica hacer una elección, de lo que no se libra de ninguna manera es de las consecuencias de su omisión, y aún peor, de los efectos que tengan las decisiones que otros tomaron en su lugar, como lo podemos constatar en nuestro país. Cuando los individuos no ejercen su derecho al voto, o entregan su voto a aquel que en el momento otorga algún regalo y da la ilusión de que así será ¿Por qué se deja engañar la gente? No es porque la gente no pueda pensar, será entonces que es más fácil que las cosas sean como siempre, que es lo que mantiene la inercia, lo que no permite el cambio esto desde diferentes perspectivas políticas, familiares, o del propio crecimiento de la persona.
Debido a ello, para el hombre el derecho a elegir es un derecho irrecusable, el cual, llevado a un extremo fatalista, podría conducir a la idea de que “el hombre es el ser condenado a elegir”.
En todo caso, de las elecciones que todo ser humano tiene que encarar durante el transcurso de su vida hay una que es especialmente importante, sin duda la más importante, que no sólo está al alcance de cualquier individuo, sino que es en la que se juega la determinación de su propia identidad. Esto obedece a que dentro de las posibilidades que brinda la libertad, como característica fundamental del hombre, está la de elegirse como lo que genuinamente es, o bien, la de no hacerlo. Kierkegaard expone este concepto a través de las siguientes palabras:
Incluso la personalidad más modesta, que no es nada antes de elegirse a sí misma, lo es todo cuando se ha elegido a sí misma; pues lo importante no es ser esto o aquello, sino ser sí mismo, y esto lo puede todo hombre, si así lo quiere.3
Lo anterior parecería llevar a un extremo el imperativo de Píndaro en el que plantea: “llega a ser el que eres”. Ello debido a que una simple elección no puede marcar de inmediato la diferencia entre un ser humano que no es nada y otro que lo es todo. Más bien, esta propuesta kierkegaardiana podría ser tomada como el punto de partida para iniciar el proceso de crecimiento de la personalidad, ya que aunque la elección de sí mismo es esencial, ésta forzosamente debe tener continuidad, y para ello tiene que ir seguida de una cadena permanente de acciones y elecciones coherentes, todas ellas encaminadas hacia el mismo objetivo: lograr cada vez más ser uno mismo, pues como lo indica el danés, “El que se elige a sí mismo de manera ética se tiene a sí mismo como tarea, no como posibilidad”4
Tal vez la propuesta de Kierkegaard quedaría mejor explicada contrastándola con la célebre exhortación que hace San Agustín, obispo de Hipona, a través de la cual dice: “Conócete, acéptate y supérate”; pero a esta sentencia haría falta añadir de manera clara la advertencia de que para que esto sea posible es necesario que previamente el individuo se haya elegido a sí mismo.
Por otro lado, frente a la posibilidad que tiene el individuo de ser esto o aquello, o lo que es lo mismo, de ser cualquier cosa en vez de sí mismo, probablemente Kierkegaard alude a la estrategia que consiste en adoptar un tipo de comportamiento convencional ante una situación determinada. Esta táctica, si bien permite obtener las ventajas derivadas de la aceptación social, ya sea a través de lograr una mayor popularidad al externar opiniones que se estima serán bien recibidas, o simplemente obteniendo protección al cobijarse bajo el consenso de la mayoría; también es verdad que de esta manera se ponen en práctica modos de comportamiento ajenos a la propia naturaleza los cuales ocasionan que ésta sea, en última instancia, la que sufra las consecuencias de una personalidad fragmentada, pues, como Kierkegaard lo advierte:
¿O puedes imaginarte algo más horrible que el que tu naturaleza acabe disolviéndose en algo múltiple, que llegues realmente a ser muchos, una legión, como esos desdichados seres demoníacos, y que pierdas de esa manera lo que hay de más íntimo y sagrado en un hombre, el poder de cohesión de la personalidad?5
Pero el asunto no se circunscribe únicamente al acto de elegir, ya que como también lo dice Kierkegaard,
“Lo que hay que elegir guarda la más profunda relación con aquel que elige, y, si se trata de una elección concerniente a una cuestión vital, es preciso que el individuo viva al mismo tiempo, y por eso llega fácilmente a alterar la elección cuando la posterga”.6
Con esto queda establecido que el instante de la elección es único, pues la vida sigue su curso y no le da la oportunidad a nadie de “consultarlo con la almohada” durante demasiado tiempo; ello en función de que el hombre que posterga una elección corre el riesgo de que su decisión, la cual fue tomada bajo ciertas circunstancias, más adelante ya no sea adecuada a las nuevas condiciones imperantes ni a sus propias necesidades del momento. Adicionalmente, es importante considerar que las oportunidades para elegir permanecen abiertas sólo dentro de ciertos intervalos finitos de la existencia, pues lo que en un momento dado se ofrece al individuo como una posibilidad al alcance de su propia voluntad, por condiciones de la misma vida, en el siguiente instante pudiera convertirse para él en algo totalmente inaccesible.
Todo lo anterior expone la necesidad de que el hombre se mantenga alerta sobre las ofertas que la existencia le brinda y al margen de todo menosprecio hacia las mismas, ya que, como el propio filósofo danés lo expresa:
El instante de la elección es para mí de la mayor seriedad, no tanto en razón del escudriñamiento de aquello que en la elección se presenta separado, no en razón de la variedad de pensamientos enlazados en cada término, sino porque se corre el riesgo de que, en el instante siguiente, ya no esté a mi alcance poder elegir7
Entonces, no sólo es importante considerar la indisolubilidad del binomio elección-vida, sino que, como el mismo Kierkegaard afirma, “Es importante elegir y elegir a tiempo.”
Conclusión
El hombre siempre ha tenido la necesidad de vivir de acuerdo a ciertos valores los cuales van cambiando de época a época pero lo que no cambia es la necesidad de la psique de ser para sí pero también para los demás de poder ver y estar con el Otro, de vivir en sociedad, de valorar las elecciones que hace el hombre, las cuales no pueden ser juzgadas ni buenas ni malas ya que incluso en los últimos momentos de la vida de la persona quedará tal vez la duda de sí lo que elegimos fue lo mejor o no. Lo que realmente importa es que la elección se hizo de manera responsable y libre, pensada y reflexionada con la capacidad que nos da el pensamiento.
- Francesc Arroyo. Aviso de derrumbe. Revista Cultura y educación. No. 43.
- Soren Kierkegaard, O lo uno o lo otro. Un fragmento de vida II, Vol. 3, Madrid: Ed. Trotta, 2007, p. 154.
- Ibidem, p. 165.
- Ibidem, p. 231.
- Ibidem, p. 151.
- Ibidem, p. 154.
- Ibidem, p. 155.